sábado, 21 de enero de 2012

SOLEARES DEL VINO SOL









                          SOLEARES DEL VINO SOL

Voy a ti, venenciador,
que quiero de tu venencia
un vino que sepa a sol.

Quita el tapón de la bota,
huele con placer la flor
e introduce la venencia
en la oscuridad del sol.

Logra que sus rayos fuljan
con la luz del resplandor
que fosforece en el aire
trasparente como el sol.

Déjame mirar el oro
amarillo y juguetón
como el agua en la marisma
cuando la acaricia el sol.

Y llevármelo a la boca,
suavemente y con amor,
mientras me llega su aroma
de levadura y de sol.

Un cante y un son,
de bota en bota,
oliendo a sol.













CEREMONIAL DEL VINO


Vengo a donde el vino vive,
sediento como las rosas,
buscando encontrar un mundo
de sabores y de aromas.
Vengo no, estoy aquí.
en un lugar de memorias
donde la vid se hace vino
en bodegas milagrosas.
Venenciador, ponle pulso
a la venencia airosa
y clávala en la templanza
que su flor le proporciona.
Describe un arco triunfal
como arpegio de la copla
y viérteme sus reflejos
en el fondo de la copa.
Brindar quiero por el alma
trasparente y espumosa
de este vino que es tan fino
como el anca de una potra.
Que su olor y su presencia,
brillantes como la aurora,
retocen en mis entrañas
con el calor de una moza.













                             


BRINDIS POR EL VINO


Hay un camino sembrado
de esfuerzos y voluntades
por donde las uvas pasan
camino de los lagares.

El aire juega al silencio,
la bodega a la mesura,
y el vino que en ella vive
sueña con copas nocturnas.

Escancia el vino en mi copa,
que el timbre de su sonido
y su transparente aroma
embriaguen mis sentidos.

Que su color de los trigos
alboree en mi memoria
como copla de almijar
recordándonos su historia.

Una presencia, un olor,
un sentimiento del alba
hecho en la boca sabor.

Brindar quiero por tu vino,
Nicolás, dame una copa,
y que el duende de los cantes
viva por siempre en tus botas.

                 EN EL JARDIN

      El fruto de sus ojos llorando está
      y cayendo
      sobre la superficie de un péndulo ciego.
      (La novia de Rasputín ha muerto).
      Un silencio de multitudes
       se acerca, pausado,
       y recoge las lágrimas pétreas.
       En el jardín cercano
       suena, quejoso, un Stradivari.
       Sus notas de llanto
       llaman a las flores de la adelfa.
       Sigue llorando el fruto de sus ojos
       y cayendo, inane,
       sobre la alfombra que teje el dolor.
       (Rasputin, entonces, decapita una rosa).
       El fruto de sus ojos se seca
       y en su lugar florece el viento.

    LA VISITA

Por la planicie de mi alma
un viento expande escalofríos.
Barrunto una noche
propicia para el desaliento.
En un instante
se me va la entereza
y su lugar lo ocupa el miedo.
Huyo presuroso por las sombras
con los ojos turbios
y la mirada hostil.
Doy de bruces
contra un aliento impuro
y beso la garganta de quien procede:
huele a sarmiento y naranja podrida.
Sin abrir los ojos sé quien es:
la desolación.
Me inunda su presencia
y huyo por un páramo
igual que una serpiente despavorida.
Un mar de arena me engulle
y su calor de muerte
aleja de mi la angustia
y rechaza al viento escalofriante.
Por la planicie de mi alma
avanza ahora una paz dulcificada
por humo de inciensos
y lirios desfruncidos.
Oigo un réquiem... y llantos...
rumores... agua...
Un suspiro abre el cortejo
de mi libertad inanimada.